Battle of Gods reinvención - Fanfic

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Mutaito
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Battle of Gods reinvención - Fanfic

Mensaje por Mutaito » Mar Sep 07, 2021 3:35 pm

CAPITULO 1


«Es vuestra hora —pensó Gin con resignación, alargando su mano en dirección a la esfera cerúlea que flotaba en el espacio, ajena a su inminente destrucción—. Adiós...»

El dios concentró una fracción de su poder en la palma y cerró el puño con gesto indolente.

—Hakai —murmuró de mala gana.

De pronto, la superficie del planeta comenzó a resquebrajarse y el núcleo explotó, iluminando momentáneamente la negrura del cosmos al tiempo que la energía de billones de seres vivos se apagaba de manera súbita. Gin observó la destrucción de Tada sin poder reprimir un gesto de asco. El paso de los milenios le había servido para naturalizar su labor como dios de la destrucción, aunque no por ello le resultaba una tarea grata. En ese sentido, la elección siempre le resultaba lo más difícil. Nunca había puesto en pie en Tada, ni siquiera se hacía una idea del aspecto y las vidas que llevarían las especies tadasianas. Un mundo entre millones, insignificante comparado con la inmensidad del universo, pero cuyos habitantes eran tan merecedores de existir como cualquiera. ¿Por qué había elegido aquel planeta y no otro? ¿Quién era él para tomar aquella decisión?

«Podría haber sido un asteroide, una especie invasora o el propio paso del tiempo -se dijo mientras el polvo y los fragmentos de roca comenzaban a disiparse por el espacio-. ¿Qué más da cuándo y cómo? Todos estaban sentenciados a morir tarde o temprano...»

Pasó el resto del día deambulando por el espacio, preguntándose cuál sería su próximo objetivo. Según los cálculos de Whis, con el ritmo al que actualmente aparecía la vida en los planetas, con la destrucción de Tada el balance tardaría al menos seis meses en volver a descompensarse. Aquello suponía una desaceleración en la creación que se había hecho evidente a lo largo de los últimos milenios.

—Por mucho que solo haya un Kaio Shin, se lo toma con calma. —Había comentado en alguna ocasión, aunque una parte de él no podía estar más agradecida con la aparente ineficacia de su némesis.

—Estará de vacaciones —solía responder Whis, con su irreverencia habitual—. ¿Quiere que vayamos a preguntarle? Hace tiempo que no visita el Mundo de los Kaio Shin y, si quiere mi opinión, creo que trabajarían mejor juntos.

—Déjalo.

El que una vez hubiese sido el Kaio Shin del Este había sido su hermano de creación. Ambos habían nacido de semillas de la misma manzana dorada en el Árbol del Centro del Universo, pero aparte de su origen, no tenían nada más en común. Aquel tipo distaba mucho de caerle bien. Le sacaba de quicio su personalidad asustadiza y pusilánime, así como su exceso de santurronería. Hacía muchísimo que no se veían, en concreto desde el incidente en el que ambos panteones divinos se habían visto reducidos a ellos dos. Desde entonces no había vuelto a nacer un solo shiniano de una manzana dorada, por lo que entre ambos habían tenido que mantener estable el balance de creación y destrucción del universo, logrando coordinarse sin ningún contacto de manera aceptable gracias, en parte, a los cálculos que Whis se encargaba de realizar. En lo que a él respectaba, le traían sin cuidado los motivos por los que el Kaio Shin había decidido descuidar tanto su labor, sobre todo cuando eso también implicaba menos trabajo para él.

Llegó a casa a la hora de la cena, con el estómago vacío y la cabeza embotada de buscar planetas con biomasas aceptables para futuras correcciones. El pequeño planetoide muerto en el que sus ancestros habían erigido su sede de poder no podía ser más tétrico, pero Gin había llegado a tomarle cariño. Allí no se sentía como el terrorífico Hakai Shin, sino el simple shiniano que una vez fue. Whis ya le esperaba en la entrada, levitando a pocos centímetros del suelo y con la sonrisa burlona de la que solía hacer alarde.

—Buenas noches, señor Gin —comentó el ángel cuando él aterrizó a su lado, inclinando la cabeza en un amago de reverencia. Era un individuo alto y bien parecido, como la mayoría los miembros de su especie. Tenía unos ojos cálidos, enmarcados en un rostro delicado, de labios gruesos y cejas finas, y coronado por una cabellera nívea y sedosa. La piel azul parecía brillar a la luz de las nebulosas cercanas—. He notado la destrucción de Tada desde aquí. Ha sido una maniobra impecable. Creo que sus habitantes no han tenido tiempo de sufrir.

—Gracias —comentó de mala gana, deteniéndose ante él. Whis había sido, al mismo tiempo, mentor y sirviente. Aquel que había supervisado su aprendizaje y la única persona con la que había relacionado desde que los otros Hakai Shin desaparecieran. Gin había desarrollado algo parecido al aprecio por él, pero era consciente de que aquel vínculo era algo premeditado y artificial. Whis adoptaba aquella actitud lisonjera porque formaba parte de su trabajo, no por verdadero afecto. Era consciente de que, si en algún momento hacía uso de su poder de manera egoísta o despótica, o si se alejaba lo más mínimo de sus atribuciones como dios de la destrucción, el ángel no tendría ningún reparo en destruirle.

«Y podría hacerlo en un instante», pensó Gin, tragando saliva. Sus rasgos suaves y su constitución esbelta podían dar a lugar a engaño, pero sabía que estaba ante una de las existencias más poderosas de todo el universo.

—Tengo hambre —dijo, echando a andar en dirección al interior del palacio—. ¿Qué has traído de cena?

El ángel soltó una risita.

—¡Esta vez me he superado! —comentó en un gesto de entusiasmo muy teatral—. Venga conmigo, que le va a gustar.

Los dos recorrieron las entrañas del palacio en dirección al comedor, una estancia cavernosa y lúgubre, cuyo mobiliario consistía en una mesa larga que en otro tiempo había servido como sala de reuniones para los cinco Hakai Shin y multitud de asistentes shinianos, y que ahora solo utilizaban ellos dos.

Gin se sentó en primer lugar, mientras Whis hacía aparecer vajilla, cubertería y cristalería con una floritura de su báculo. De pronto, la mesa se llenó de toda clase de alimentos que humeaban, llenando la sala de infinidad de olores que hicieron que el dios comenzase a salivar.

—No está mal —decidió, echando un vistazo a lo que parecían unas bolas de masa cocida—. ¿Qué es esto?

—Frutos de pekham asados —dijo el ángel, sentándose también—. El rey de Tambara los envía como presente. Creo que trata de ganarse su favor para que no destruya su mundo.

Gin puso los ojos en blanco.

—Si tiene que pasar, pasará —comentó. Había aprendido a hacer oídos sordos a las súplicas de los mortales por su supervivencia, pues de lo contrario no podría realizar ninguna corrección.

Mientras cenaban, Whis le iba presentando los platos, hablándole de su origen y del pueblo que los había preparado. Los temas de conversación entre ambos se habían acabado hacía ya mucho tiempo, por lo que Gin encontraba entretenidas aquellas lecciones sobre la cultura de los mortales a través de la gastronomía.

—El huevo del dragón Mosrala eclosiona una vez cada... —decía en ese momento Whis. De pronto se calló de manera súbita, abriendo los ojos en un ligero gesto de desconcierto.

El Hakai Shin alzó una ceja.

—¿Ocurre algo? —Era muy raro ver aquella expresión en Whis, cuyo conocimiento era rayano en la omnisciencia. Entonces notó cómo una fuente desconocida de prana aparecía en algún lugar de las criptas—. Whis…

El ángel esbozó una sonrisa.

—Parece que tenemos compañía —murmuró de manera enigmática, poniéndose en pie—. Alguien ha roto la Z-Sword.

Gin no entendía nada.

—¿Que han roto qué?

En lugar de responder, Whis hizo un ademán con la cabeza para indicarle que lo siguiera y comenzó a caminar hacia la puerta del comedor. Gin corrió en pos de su mentor, sin comprender.

—Whis, ¿quién es? Su prana procede de las criptas, pero no se trata de Saketta ni de Kavod. ¿Hay otro Hakai Shin ahí abajo?

—El señor Beerus —se dignó a contestar el ángel, sin mirarle a la cara. Caminaba absorto, con la vista fija en la esfera de su orbe.

—¿Quién?

—El Gran Hakai Shin de hace quince generaciones —le explicó Whis—. Llevaba millones de años en estado vegetativo, desde que su contraparte Kaio Shin fuera sellada en el interior de una espada.

—¿Siempre ha estado ahí? ¿Por qué no me lo habías dicho?

—Porque no era algo relevante para su trabajo. —Whis se encogió de hombros—. La Z-Sword estaba en el Mundo de los Kaio Shin, y no debería haber ningún mortal tan poderoso como para poder arrancarla de su pedestal, ni mucho menos para destruirla. —El ángel soltó una risita—. Parece que han sido un par de saiyanos… Están pasando muchas cosas…

Pero Gin no tenía ningún interés en los asuntos de los mortales. Absorbió la información en silencio, tratando de imaginarse las implicaciones de que otro Hakai Shin, uno de rango superior, hubiera aparecido en el mundo. Agudizó su percepción para evaluar la prana de aquel individuo.

«No es fuerte —pensó. Aquella fuente de energía era indudablemente divina, pero rielaba inestable, como una llama diminuta que pudiera apagarse de un momento a otro—. No parece un Gran Hakai Shin...»

La pareja bajó por la escalera de caracol que conectaba la base del palacio con las criptas. Pasaron junto a los cuerpos inermes de Saketta y Kavod envueltos en sudarios. Habían sido el Hakai Shin del Sur y el Gran Hakai Shin de la generación de Gin, pero llevaban muchísimo tiempo dormidos, desde que aquella criatura demoníaca hubiese atacado a los Kaio Shin de forma sorpresiva en su propio mundo, matando al del Norte y el Oeste y absorbiendo a los del Sur y al Gran Kaio Shin. Por aquel entonces, Gin era muy joven, pero recordaba cómo sus compañeros habían caído muertos o inconscientes en aquel mismo palacio, sin siquiera saber qué había pasado. La vida de los dioses de la creación y la destrucción estaban ligadas, por lo que los destructores habían sido diezmados antes de tener opción de luchar. Para cuando Whis había logrado adivinar la razón de aquel fenómeno, Gin era el único superviviente y la criatura había quedado atrapada.

Whis se detuvo ante una de las paredes de la cripta y chasqueó los dedos. El muro tembló durante un instante y comenzó a deslizarse hacia un lado, quedando enterrado en una oquedad en la pared. Una vaharada de olor a moho y humedad invadió las fosas nasales de Gin al pasar a aquella cámara adyacente, que debía llevar cerrada desde tiempos inmemoriales.

—¿Señor Beerus? —preguntó Whis, alzando la voz.

La sala estaba en completa oscuridad, de modo que Gin no podía ver quién había en su interior, si bien notaba su prana perfectamente. Un murmullo apenas audible les llegó del fondo de la cámara, tras el cual Whis hizo una floritura con el báculo y de pronto, multitud de antorchas fijas a ambas paredes de manera súbita.

Entonces lo vio, tendido sobre un pedestal de roca y envuelto con un sudario blanco. El Hakai Shin se encogió al contacto con la luz, incorporándose con parsimonia. Era una figura escuálida y encorvada. A diferencia de Gin, cuyo pelaje mostraba un saludable tono dorado, aquel dios tenía el pelo de un malsano tono purpúreo e increíblemente corto. Tenía la cabeza abombada, coronada por un par de orejas enormes, y un rostro luengo que terminaba en un hocico alargado y de aspecto cruel.

—Whis… —articuló con la voz ronca y pastosa, llevándose una zarpa a la cabeza y rascándose la cara con un gesto remilgado. Al reparar en el sudario, dio un respingo—. ¿Qué hago aquí? ¿Por qué llevo esto puesto?

—Ha estado durmiendo mucho tiempo —respondió el ángel, acercándose a él con aire ufano—. ¿Cómo se encuentra?

El dios se sentó con las piernas cruzadas, cubierto de cintura para abajo con la tela blanca. Se observó las palmas de las manos y flexionó los dedos con gesto ceñudo.

—No tengo fuerza…

Whis sonrió.

—Lleva millones de años inactivo. Hace tiempo que tendría que haber muerto, pero parece que el paso del tiempo no le afectado —le explicó—. Eso sí, va a tardar bastante tiempo en recuperar su antiguo poder.

Beerus abrió los ojos de par en par.

—Pero ¿Qué me ha pasado?

El ángel le explicó que, quince generaciones atrás, un tipo había encerrado al Gran Kaio Shin en el interior de una espada, lo que, de algún modo, también había afectado al propio Beerus. Al parecer, dos mortales habían logrado romper dicha espada hacía apenas unos minutos, razón por la cual el Kaio Shin se había liberado de la maldición y él había recuperado la consciencia.

—Ese inútil… Dejarse encerrar así… Entonces, ¿todos los demás están muertos?

Whis asintió. En ese momento, el dios alzó la mirada y reparó en Gin por primera vez, taladrándolo con aquellos ojos saltones, amarillos y ávidos. La criatura tenía un aspecto lamentable y con su poder actual distaba mucho de ser una amenaza para el propio Gin, pero su mirada denotaba una autoridad que obligó al Hakai Shin a apartar la vista.

—Tú —le llamó—. Eres uno de los Hakai Shin actuales, ¿me equivoco?

Gin fue a responder, pero Whis se le adelantó.

—El único, además de usted.

Beerus enarboló una ceja.

—¿Cómo que el único? ¿Dónde están los otros cuatro?

Whis frunció los labios en una mueca condescendiente.

—Verá, han pasado algunas cosas… ¿Por qué no come algo antes? Debe estar muerto de hambre y justo ahora estábamos cenan…

—Primero las explicaciones —dijo, tratando de ponerse en pie con visible esfuerzo—. Ya habrá tiempo para comer después.

El ángel suspiró.

—Hace algún tiempo, los Kaio Shin de esta última generación fueron atacados por una criatura artificial que mató a dos de ellos y absorbió a otros dos. Sólo sobrevivió el actual Kaio Shin del Este, vinculado a Gin, aquí presente.

Gin inclinó la cabeza a modo de saludo, en un gesto más informal que respetuoso. Se suponía que aquel Hakai Shin tenía mayor rango que él y le debía obediencia, pero el tipo tenía algo que no terminaba de gustarle, pese a las evidentes ventajas que tendría el compartir la labor de dios de la destrucción con alguien más.

—Qué vergüenza —siseó Beerus, chasqueando la lengua—. Espero que matases a esa criatura.

—En realidad, no —reconoció Gin, incómodo—. Su creador solía encerrarlo de vez en cuando, así que el Kaio Shin del Este aprovechó una de estas ocasiones y lo mató. El monstruo ha estado atrapado desde entonces.

—¿Y por qué no lo has matado en todo este tiempo?

Gin notó cómo las mejillas se le encendían.

—Me temo que Gin no tenía el poder suficiente para eliminar a esa criatura, señor —intervino Whis—. Liberarlo de su encierro habría puesto a todo el universo en peligro de nuevo.

—¿Una simple creación mortal ha logrado superar el poder de un Hakai Shin? —preguntó con un deliberado tono de desdén—. Debes ser muy débil, chico.

«¿Tú te has visto?», pensó Gin, si bien tuvo la elegancia de mantener la boca cerrada.

—Gin aún es joven, pero es un Hakai Shin muy prometedor, ¿verdad? —comentó Whis en tono conciliador, seguramente consciente de la tensión creciente entre los dos dioses.

—De todas formas, el monstruo está encerrado con hechizos poderosos y no hay ningún mortal con una energía tan potente como para sacarlo de su prisión —replicó Gin, desviando la atención de sí mismo—. Estará encerrado toda la eternidad, un destino peor que la muerte.

—En realidad, el monstruo se liberó ayer —dijo Whis, como quien no quiere la cosa.

—¿Qué? —Gin abrió los ojos de par en par—. ¿Cómo que se ha liberado?

—Aún no tengo todos los detalles, pero está en un planeta llamado Tierra causando verdaderos estragos. Creo que el asunto guarda alguna relación con los dos saiyanos que le han despertado, señor Beerus, y que el Kaio Shin también está implicado.

—Saiyanos… saiyanos… —Beerus repitió la palabra, articulando cada sílaba como si tuvieran algún tipo de trascendencia especial—. No me suenan de nada. ¿Qué son los saiyanos?

—Es una especie de mortales inteligentes que aún no había evolucionado cuando usted cayó —le explicó el ángel—. Se extinguieron hace algunas décadas, pero parece que hay una pequeña población superviviente en ese planeta Tierra. —Whis observaba el orbe de su báculo con atención—. Son muy poderosos para ser mortales, más incluso que el actual Kaio Shin, especialmente uno de ellos. Lo más extraño es que ese saiyano en concreto parece estar muerto.

—¿Cómo que está muerto?

—Como lo oye. Parece que, de algún modo, ha conservado su cuerpo y que está interactuando con los vivos —murmuró Whis—. Esto parece obra de Enma.

—Mortales más poderosos que un Kaio Shin, muertos que salen del Más Allá y esa criatura que logró aniquilar a todo el panteón divino casi por completo… Whis, todo esto es muy irregular… Déjame ver a esos tipos.

Whis hizo girar el báculo con un giro preciso de muñeca y el orbe de un extremo comenzó a iluminarse con un resplandor turquesa, proyectando una imagen sobre una de las paredes lisas de la cámara. La imagen mostraba el Mundo de los Kaio Shin, donde un Kaio Shin muy anciano estaba haciendo algo muy extraño, bailando en círculos alrededor de un mortal vestido con prendas shinianas, que permanecía inmóvil con gesto de desconcierto. El Kaio Shin del Este también estaba presente, así como su asistente y otro mortal muy parecido al primero, con una aureola que evidenciaba su condición de muerto sobre la cabeza.

—¿Qué están haciendo? —preguntó Gin.

—Un ritual de transformación energética —murmuró Beerus, llevándose la garra al mentón—. Está divinizando a ese chico.

—¿Eso puede hacerse? —replicó Gin.

—Whis… ¿qué le has enseñado a este niñato?

El ángel sonrió.

—Lo estrictamente necesario para su labor, Señor Beerus.

Beerus suspiró.

—Creo que voy a tener mucho trabajo que hacer contigo —dijo en tono resignado—. La condición divina no es algo inherente a individuos concretos. Por mucho que nos consideremos dioses, los shinianos somos tan mortales como cualquiera. Lo único que nos diferencia es el uso natural de la prana. Pero cualquier especie, mediante entrenamiento o aprendizaje, es capaz de transformar su energía vital en prana y alcanzar así la divinidad. Ese imbécil tenía la capacidad de transformar la energía de los mortales en prana y lograr así que alcanzasen su máximo potencial. Pero no entiendo por qué lo está haciendo con ese chico, ¿acaso quiere nombrarlo Kami de su mundo?

—Parece que lo está preparando para luchar con la criatura —puntualizó Whis—. Ese saiyano tiene un poder latente muy superior a lo que cabría esperar de cualquier mortal. Si el Gran Kaio Shin se lo extrae, se convertirá en el mortal más poderoso de todo el universo.

—hmmm… A simple vista, no parece gran cosa.

—Según mis cálculos, podría alcanzar un poder equivalente a la mitad de su fuerza total, señor Beerus —le indicó el ángel.

El Hakai Shin lo miró estupefacto.

—¿Tanto?

—Podría acabar con el monstruo en un instante.

Gin no daba crédito a sus oídos. ¿Un mortal acabando con el monstruo que había matado a cuatro Kaio Shin? ¿Y aquello solo era la mitad del poder de Beerus?

Los tres pasaron las horas siguientes observando cómo se desarrollaban los acontecimientos. Observaron a la criatura trabando amistad con dos mortales nativos de la Tierra y cómo acababa regurgitando de su interior a un monstruo aún más poderoso, que se comía al primero. Siguiendo las andanzas de la criatura, fueron testigos de cómo dos niños se convertían en uno solo y alcanzaban un poder inmenso, luchando contra el demonio con la ayuda de un namekiano y ganando ventaja sobre él.

—A este paso, el chico-prana no tendrá que luchar —observó Beerus, viendo cómo el niño de larga melena dorada se imponía al monstruo—. Esos dos chavales también son saiyanos, ¿no? Uno de ellos se parecía mucho al saiyano muerto.

—Debe ser su hijo, aunque no entiendo cómo se han transformado en un solo individuo ni por qué este ha cambiado de aspecto —murmuró Gin.

—Es una técnica del planeta Metamor —les explicó Whis—. En cuanto a su aspecto, parece una característica propia de su especie, aunque no la conocía. A mí me consta que se podían transformar en monstruos gigantes para multiplicar su poder, pero nada como esto. Por lo que les he podido escuchar, creo que lo han llamado “supersaiyano”.

Beerus esbozó una sonrisa lupina.

—Están llenos de recursos —dijo—. Son una especie interesante para tratarse de simples mortales. Tal vez deberíamos ir a hacerles una visita cuando todo esto acabe.

—¡Mirad! ¡Parece que van a acabar con el monst…! —exclamó Gin, pero antes de que el muchacho completase su ataque, su aspecto volvió a la normalidad y su energía se redujo drásticamente—. ¿Qué ha pasado?

—El tiempo de la fusión se ha acabado —sentenció Whis—. Al final, el chico-prana va a tener que intervenir, aunque no sé si llegará a tiempo.

—Mucho mejor. —Beerus parecía encantado con la situación—. Habría lamentado no tener oportunidad de verlo en acción…

Vieron a los niños volviendo a separarse y cómo el mortal divinizado regresaba a su planeta gracias al asistente de Kaio Shin y cómo despachaba a la criatura sin esfuerzo. El monstruo lograba escapar y regresaba al cabo de un rato para reanudar el duelo, provocando que los dos niños volvieran a fusionarse. Pero, contra todo pronóstico, la criatura los acabó absorbiendo, convirtiéndose en un ser terrible.

—Es horroroso —dijo Gin, observando cómo el chico-prana era totalmente incapaz de resistir los embates de monstruo—. ¿No deberíamos ir a ayudarle?

—No digas bobadas, ¿qué esperas hacer tú? —preguntó Beerus—. Ese bicho sería un rival digno de mí, así que a ti te mataría al primer golpe. —Por primera vez, el Hakai Shin parecía tenso—. Esto tiene mala pinta. Tal como estoy ahora, no puedo hacer nada. Me temo que esa criatura podría destruir el universo entero antes de que yo pudiera plantarle cara… Whis, ¿no puedes intervenir? Sé que no se te permite tomar partido, pero tampoco podemos permitir que lo destruya todo.

Whis asintió con un gesto de suficiencia.

—No puedo luchar directamente, pero sí entretenerlo el tiempo necesario para que la fusión de los niños desaparezca en su interior —dijo—. Después el chico-prana podrá…

—¡Ugh!

En ese momento, Beerus se llevó la mano al pecho y comenzó a jadear.

—¿Qué pasa?

Gin fue testigo de cómo su antepasado caía desplomado al suelo.

—¿Beerus?

—Está muerto —anunció Whis, tratando de reprimir una carcajada—. No puede ser...

La imagen cambió de nuevo, mostrando el mundo de los Kaio Shin. El Kaio Shin anciano yacía muerto en el suelo, mientras que el saiyano muerto estaba junto a él, vivo. Whis, sin poder aguantar más, estalló a reír.

—¡Le ha cedido a su vida a ese mortal! —farfulló entre risotadas—. ¿Cómo se le ocurre?

—¡Le voy a destrozar! —chilló Beerus, incorporándose de nuevo y sobresaltando a Gin. Una aureola circular había aparecido sobre su cabeza—. ¿¡Quién se cree que es para disponer así de mi vida!?

—Debe tener algo en mente —dijo Whis—. Miren, le está dando sus pothala.

—¿Sus qué?

Whis y Beerus intercambiaron una mirada.

—Ni lo digas —dijo Beerus—. No necesitaba saberlo, ¿verdad?

El ángel se rascó la nuca, dedicándole una sonrisa inocente. La respuesta a la pregunta de Gin no tardó en aparecer. El Kaio Shin del Este y su sirviente se quitaron cada uno uno de los pendientes que llevaban y sus cuerpos se unieron en un único ente más poderoso, de manera muy similar a como los dos niños saiyanos habían creado un único cuerpo.

—Quiere que el saiyano se una al chico-prana —dedujo Whis—. Es arriesgado, pero podría resultar. ¿Sigue queriendo que intervenga, señor?

Beerus se encogió de hombros.

—Yo ya estoy muerto, así que ya no me concierne —comentó indolente—. Preferiría ver en qué resulta la unión de esos dos, pero que decida el actual Hakai Shin.

Los dos miraron a Gin, aguardando una respuesta. Antes de que tuviera tiempo de decidir, el mortal se teletransportó a la Tierra para plantarle cara al monstruo, transformándose de la misma forma en la que lo había hecho la fusión de los dos chavales un rato antes. En ese momento, la fusión de los niños se deshizo en el interior del monstruo y éste perdió poder, aunque no tardó en absorber al chico-prana para aumentar aún más su fuerza, para consternación de Gin.

—No para de absorber mortales y cambiar —bufó Beerus, molesto—. Es muy pesado.

—Y esta vez no tiene límite de tiempo —comentó Whis—. Me temo que yo ya no puedo hacer nada.

—Entonces el universo está perdido —replicó Beerus con indiferencia—. Whis, apaga eso. Voy a comer algo antes de comparecer ante el...

Beerus guardó silencio al observar cómo el saiyano superviviente se encontraba con otro muerto que acababa de hacer aparición en escena.

—¿Quién es ese ahora?

—Otro saiyano —dijo Whis—. Puede que esta vez, sí se unan.

Y, en efecto, los dos saiyanos se colocaron los pothala en orejas opuestas, dando origen a la criatura más poderosa que Gin hubiera visto jamás. Su energía, pese a no tener naturaleza divina, era tan potente que, a su lado, la del monstruo parecía algo ridículo. Se giró para observar la expresión de Beerus, deleitándose con el gesto del otro Hakai Shin. El dios estaba lívido, sin acertar a decir nada, e incluso Whis parecía sorprendido.

En menos de una hora, los tres fueron testigos de cómo aquel portento desaparecía en el interior del monstruo y cómo los dos saiyanos resurgían al cabo de unos minutos, llevando al chico-prana, al namekiano y a los dos chavales con ellos. El monstruo volvía a cambiar de aspecto y la unión del Kaio Shin y su sirviente se los llevaba al mundo de los Kaio Shin, antes de que la criatura destruyese la Tierra. Al final, el saiyano por el que el Kaio Shin había dado su vida luchaba con la criatura en aparente paridad, aunque poco a poco iba perdiendo poder. Al final, del monstruo emergió la criatura obesa del principio y el saiyano muerto y ella intentaban hacer frente a la amenaza, sin éxito.

De pronto, la aureola sobre la cabeza de Beerus desapareció.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó este—. ¿Vuelvo a estar vivo? —añadió, dirigiendo la mirada a Whis en busca de una respuesta.

El ángel asintió.

—Los Kaio Shin están jugando con una magia poderosa, señor —dijo—. El Kaio Shin ha resucitado, la Tierra también ha vuelto a recomponerse y sus habitantes vuelven a vivir.

—Es una transgresión tras otra —comentó Beerus—. Aunque en este caso, no me voy a quejar…

En ese momento, los tres escucharon una voz resonando en sus cabezas.

—¿¡Podéis oírme, habitantes del universo…!? —escucharon—. Os hablo desde otro mundo. Ya sabéis que casi todos vosotros habíais muerto a causa del monstruo Bu, pero gracias a un misterioso poder os he hecho resucitar…

—Es el segundo saiyano —murmuró Whis—. Él también ha resucitado y se está dirigiendo a todos los seres vivos del Universo.

—¿Puede hacer eso?

—El Kaio del Norte está actuando como intermediario —les explicó el ángel.

—¡¡Creo que ahora vuestras casas y ciudades están como antes!! ¡Esto no es un sueño!! —prosiguió el saiyano—. ¡¡En estos momentos hay un guerrero luchando con Bu por vosotros, pero la situación es muy difícil!! ¡La fuerza del monstruo es muy superior a la que tenía Cell y por eso quiero que le prestéis vuestra fuerza!! ¡¡Levantad vuestras manos hacia el cielo!! ¡¡Reuniremos vuestra energía para derrotar a Bu!!

—¿Qué están haciendo? —preguntó Gin. Observó como el primer saiyano se quedaba suspendido en el aire con los brazos en alto.

—Parece que está concentrando energía de todos los seres vivos del universo —observó Whis—. Miren, empieza a crecer.

—¿Va a lanzarle eso? —pregunto Beerus—. Dudo que sea suficiente.

—¿Quieren echar una mano? —preguntó el ángel—. Parece que están necesitados de toda la ayuda que se les pueda brindar.

Beerus se encogió de hombros.

—Ahora que vuelvo a vivir, en caso de que pierdan me tocará arreglar el estropicio cuando recupere mi poder, si es que para entonces ha dejado algo en pie —comentó, levantando la mano por encima de la cabeza—. Ahí te va, saiyano, aprovéchala.

Gin también levantó la mano, decidido a ayudar a aquellos mortales a acabar con aquella criatura que había matado a sus congéneres. De pronto, notó cómo le abandonaban las fuerzas y le invadía una sensación de cansancio como nunca antes había experimentado. Beerus también flaqueó y tuvo que plantar las zarpas en el suelo para no desplomarse.

—Ese desgraciado… se ha quedado casi toda… ¿Qué técnica es esa? —preguntó el jadeante Hakai Shin.

—Sigue sin ser suficiente —murmuró Whis.

—¡¡Terrícolas, por favor!! ¡¡Por favor, dadme energía!! ¡¡Necesito vuestra ayuda!! ¡¡Levantad las manos al cielo!!

—Es el primer saiyano —murmuró Beerus, limpiandose el sudor de la amplia frente—. Parece que no les hacen caso…

—¡¡Daos prisa!! ¿¡Es que no os importa lo que le pueda pasar a la Tierra y al Universo, estúpidos!? —prosiguió el saiyano.

—¡¡¡Basta de tonterías!!! —escucharon que gritaba entonces un tercer individuo, otro mortal que había acudido con ellos al mundo de los Kaio Shin y que no había tomado parte en la batalla. Gin apenas se había fijado en él, aunque acabó reconociéndolo como uno de los que habían estado con el monstruo del principio—. ¡¡Colaborad con nosotros enseguida!! ¿¡O es que no vais a hacerle este favor a Míster Satán!?

En ese momento, los tres notaron cómo la acumulación de energía que el primer saiyano sostenía sobre su cabeza crecía de manera exponencial.

—Mister Satán —murmuró Gin, manteniéndose en pie a duras penas—. Parece que a él sí le obedecen, aunque no detecto ninguna energía especial en él. ¿También es un saiyano?

Whis negó con la cabeza.

—Es un terrícola, aunque no tiene nada fuera de lo común —observó el ángel—. Debe ser muy popular en su planeta.

Finalmente, el primer saiyano logró concentrar una cantidad enorme de energía y lanzársela a la criatura, acabando con ella definitivamente. Gin se desplomó de rodillas en el suelo, exhausto después de haber cedido toda su energía para el ataque. Se percató de que Beerus se había tumbado y volvía a dormir hecho un ovillo y con una sonrisa malévola en los labios, aunque en ese momento no le dio importancia. Sentía algo parecido al alivio ahora que sus cuatro congéneres habían sido vengados, y aunque le hubiera gustado ser él mismo quien realizase el acto, al menos aquella criatura había desaparecido para siempre de la faz del universo.
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rolen12
Terrícola
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Re: Battle of Gods reinvención - Fanfic

Mensaje por rolen12 » Vie Sep 10, 2021 9:31 am

Me ha gustado mucho leerlo
Lo has escrito tu?

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Mutaito
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Re: Battle of Gods reinvención - Fanfic

Mensaje por Mutaito » Mar Sep 28, 2021 11:50 pm

CAPÍTULO 2

«Me queda enorme —pensó Beerus mientras se ajustaba el obi de su nueva indumentaria. Habían pasado dos días desde que su despertar y, desde entonces, no había hecho otra cosa que dormir y comerse todo lo que Whis le pusiera delante. Había recuperado algo de peso y ya no necesitaba apoyarse en el ángel para caminar, pero no notaba que su energía aumentase en absoluto—. En fin, vamos allá…»

Tras terminar de vestirse, alzó la cabeza para observar a Gin, que caminaba de un lado al otro de manera compulsiva ante la mirada indolente del asistente.

—Me estás poniendo nervioso —dijo Beerus con tono agrio—. ¿Qué te tiene tan alterado? ¿Es que nunca has comparecido ante el Rey de Todo?

—Sí —respondió el joven Hakai Shin en una muestra de su laconismo habitual—. Dos veces.

Beerus esbozó una sonrisa burlona. Nunca lo reconocería en voz en alta, pero el chico no le caía mal. Pese a su juventud e inexperiencia, parecía haber cumplido su labor en solitario durante mucho tiempo y eso le hacía merecedor de cierto respeto. Sin embargo, Beerus sabía que iba a tener que endurecerlo. Gin tenía buen corazón, quizá demasiado para lo que se esperaba de él, así que iba a tener que hacer lo posible por quebrar esa dulzura y compasión.

«Si es que seguimos existiendo al final del día…»

—¿Solo dos? —dijo en su lugar, forzando un tono de desdén—. Debe considerarte irrelevante, chaval.

Como de costumbre, Gin hizo oídos sordos a su pulla.

—¿Están preparados? —preguntó Whis, quien había parecido al margen de la conversación—. Si es así, podemos irnos.

El asistente dio un paso al frente y los dos dioses pusieron sus respectivas en los hombros del ángel.

—¡Vámonos! —gritó este, alzando el báculo por encima de su cabeza.

Los tres salieron despedidos hacia arriba, abandonando el planetoide envueltos en un torbellino de luz y surcando el espacio a toda velocidad. Whis era mucho más rápido que él, pero el planeta del Rey de Todo estaba en el otro confín de la existencia, en una órbita ajena al Mundo de los Vivos y el Más Allá, así que tardarían varios minutos en llegar. Habían pasado las últimas horas en tensión, desde que les llegase el mensaje del Gran Sacerdote solicitándoles su presencia en el Palacio del Rey de Todo para esclarecer la situación con el monstruo Bu.

—Espero que también hayan convocado a los jardineros —comentó Beerus por aligerar el ambiente. Era la forma despectiva en la que los Hakai Shin se referían a los Kaio Shin en su época—. Estoy deseando hablar con ese carcamal…

—Imagino que sí —replicó Whis—. Ellos se han implicado mucho más que nosotros en todo el asunto del monstruo Bu.

«Demasiado —pensó Beerus, tratando de reprimir un escalofrío. Delante de Gin intentaba aparentar seguridad, pero él también estaba intranquilo ante la idea de la audiencia. El monstruo había estado en activo apenas dos días, pero los Kaio Shin habían quebrantado tantas normas en ese lapso que le parecía inconcebible que el Gran Sacerdote no hubiese intervenido directamente. Beerus esperaba que el visir del Rey de Todo fuese comprensivo y que entendiera que había sido una situación desesperada, pero no las tenía todas consigo—. Y lo que les pase a ellos, nos pasará a nosotros…»

Al salir de los límites físicos del Universo, los tres se internaron en la dimensión del Rey de Todo. El tiempo, el espacio, la materia y la energía fluían de forma compleja en aquel lugar, de una manera que Beerus era incapaz de comprender. Whis insistía en que uno era capaz de anticipar las fluctuaciones para moverse libremente, pero al Hakai Shin siempre le había parecido que todo era errático en aquel espacio. Uno podía poner un pie en un planeta y acto seguido este se había convertido en una estrella y viceversa, por no hablar de la falta de luz en algunos puntos, sin explicación aparente. También había puntos en los que uno rejuvenecía hasta un punto anterior al nacimiento o envejecía hasta verse reducido a polvo. Ningún mortal podría habitar en aquel lugar sin la protección de un ángel. Solo el Palacio del Rey de Todo, una gigantesca construcción flotante en mitad de la nada, parecía ajena al caos que reinaba a su alrededor.

Whis aterrizó en el recibidor de la imponente construcción y los dos Hakai Shin se soltaron de sus hombros, visiblemente aliviados al tocar tierra firme. Dos asistentes del Rey de Todo salieron a recibirlos. Eran de la misma especie que Whis, hijos del Gran Sacerdote, pero no se les había asignado la supervisión de ninguno de los universos que existían en la creación.

—Llegáis tarde —dijo uno de los individuos, con el rostro cubierto con un velo—. Los Kaio Shin llevan un rato aguardando.

—Ha sido mi culpa —se apresuró a responder Whis—. No era capaz de decidir qué regalo traerle a papá.

Los dos asistentes cruzaron sendas miradas, pero tuvieron la sensatez de mantener la boca cerrada. Pese a ser hermanos, el estatus de ángel de Whis lo elevaba a una categoría muy superior a la que nunca ostentarían aquellos individuos.

—Por aquí —dijo uno de ellos.

Los dos dioses y el ángel siguieron a los escoltas a través del entramado de pasillos que conformaba las entrañas del palacio. Al final, llegaron a una antecámara donde aguardaban los dos Kaio Shin.

—¡Señor Toba! —exclamó Whis alegremente al verlos, dirigiéndose al más anciano—. Creí que no volvería a verle. ¡Debe haber sido muy duro pasar tanto tiempo en el interior de esa espada!

—Whis —concedió el dios de manera seca, aunque Beerus notó el peso de la mirada del dios de la creación clavado en él—. Veo que mi contraparte también ha despertado —murmuró—. Estás hecho un asco.

Beerus tuvo que hacer gala de todo su autocontrol para no volatilizar al vejestorio. En cualquier otra circunstancia podría haberlo aplastado como a una cucaracha, pero el carcamal seguía vitalmente ligado a él y un dios no podía suicidarse, por lo que no le quedaba más remedio que aguantar sus impertinencias.

—Por tu culpa —respondió—. ¿En qué estabas pensando para dejarte encerrar así?

—¿Crees que fue a propósito? —preguntó Toba de manera irónica—. Tanto tiempo de inactividad debe haberte reblandecido el cerebro, Beerus.

—Bueno… —intervino Whis, interponiéndose entre ambos—. No han venido hasta aquí a pelear entre ustedes, ¿me equivoco? —Beerus asintió, dedicándole una mirada de profundo desprecio a su contraparte. Toba también hizo lo propio—. ¿Cómo está, señor Shin? —prosiguió el ángel, quien debía haberse propuesto aligerar la tensión de aquel encuentro—. ¿O cómo debería llamarle ahora? ¿Kibitoshin? ¿Shinbito?

—Kibitoshin está bien —respondió este. A continuación, dirigió la vista hacia Gin—. ¿Cómo estás, hermano?

—Me iría mejor si no hubierais organizado este desastre —dijo Gin—. ¿Por qué no me pediste ayuda? Podríamos haber escondido el huevo en mi palacio…

Beerus estaba de acuerdo con Gin en que aquello habría sido lo más inteligente, pero la imprudencia del Kaio Shin había provocado que él despertara de nuevo y tampoco quería quitarle la razón a un Hakai Shin para dársela a un jardinero, así que no dijo nada.

—Como sea, no sirve de nada lamentarse por los caminos que no se recorrieron —dijo Whis—. En lugar de culparse y justificarse entre ustedes, yo me preocuparía por lo que le piensan decir al Rey de Todo.

La mera mención del monarca de la existencia hizo que a Beerus se le erizase el vello de la nuca. El ser supremo solía permanecer indiferente al devenir de los distintos universos y confiaba en el criterio de sus ángeles para asesorar a los dioses de la creación y la destrucción, pero distaba mucho de ser alguien flexible o fácil de convencer. Un universo entero podía desaparecer si así lo decretaba, algo que había sucedido en el pasado por cosas mucho más nimias que lo que había sucedido en los últimos días.

—Whis tiene razón. Si queremos salir bien parados de esta, vamos a tener que colaborar —dijo—. Toba, lo más importante es…

Pero antes de que tuviese tiempo de terminar la frase, el portón de la antecámara que comunicaba directamente con la sala de audiencias del Rey de Todo se abrió.

«Mierda…»

—Adelante —resonó la voz del Gran Sacerdote.

Los cuatro dioses se miraron entre sí y cruzaron el umbral de entrada con paso resignado, seguidos por el ángel y los dos asistentes. Beerus iba el primero y caminaba en paralelo a Toba, como correspondía a su condición de líderes de sus respectivos panteones.

La sala de audiencias del Rey de Todo era enorme, pero carecía casi por completo de mobiliario. Un espacio vacuo en cuyo centro se alzaba una tribuna con varios asistentes idénticos a los que habían escoltado a los Hakai Shin. Los individuos, cubiertos totalmente con velos e indistinguibles entre sí estaban dispuestos en hilera alrededor de un trono muy recargado, en el que Rey de Todo reposaba con la mirada perdida. Los dos escoltas volaron hacia la tribuna, colocándose con gesto marcial junto al trono, mientras el monarca de la existencia parecía despertar momentáneamente de su trance para dedicarles una mirada fugaz, antes de sumirse en su indolencia habitual. Era una criatura pequeña y de aspecto infantil, pero su poder iba incluso más allá del de los ángeles y el Gran Sacerdote. El Rey de Todo era la manifestación corpórea de la existencia, el primer ser pensante que había surgido del inmaterium y quien le había dado forma a la creación. De él procedían todas las formas de vida de los distintos universos y a él le correspondía la tarea de crear nuevos universos o destruir los antiguos a una escala inconcebible para las capacidades de los Kaio Shin o Hakai Shin. Aquella criatura daba soporte a la realidad y, sin ella, el espacio, el tiempo, la materia y la energía colapsarían, entremezclándose entre sí.

—Bienvenidos —dijo el visir, dedicándoles una sonrisa cordial. El padre de los ángeles había sido la primera entidad que había salido de la mente del Rey de Todo. Había actuado como su mano derecha desde el principio de los tiempos y engendrado a los ángeles, las primeras formas de vida, como supervisores de los universos. Para Beerus, aquel tipo parecía una versión juvenil del propio Whis. Solía mostrarse sereno y hacía alarde de un tratamiento cálido a todo el que se dirigía a él, pero el Hakai Shin sabía que aquel tipo tenía carácter y un contrapunto siniestro que por nada del mundo quería llegar a ver—. Por favor, tomad asiento.

En ese momento, cuatro lenguas de materia semisólida ascendieron del suelo y se retorcieron hasta tomar la forma de cuatro sillas, frente a la tribuna. Los cuatro dioses tomaron asiento mientras Whis volaba hacia el Gran Sacerdote.

«Él no parece enfadado —pensó Beerus mientras veía cómo padre e hijo intercambiaban palabras que no alcanzó a escuchar en un aparente tono cordial-, aunque el peor es el otro. —En ese momento sus ojos se posaron sobre el rostro blanco y de niño del Rey de Todo. Su mirada permanecía perdida en algún punto inconcreto del horizonte—. Espero que no llegue a pronunciarse…»

El liderazgo del Rey de Todo era casi siempre testimonial. La mente del monarca solía permanecer inmersa en reflexiones sobre la eternidad y se mantenía ajena a los asuntos mundanos, por lo que la administración de los Universos y el cumplimiento de sus leyes solía recaer en su visir.

—Ha pasado mucho tiempo —murmuró el Gran Sacerdote cuando hubo terminado de hablar con Whis—. Toba, Beerus, me complace volver a teneros entre nosotros.

—¡Gracias, excelencia! —replicaron los dos al unísono, inclinando sendas cabezas.

—Sin duda estaréis al tanto del motivo por el cual os he hecho llamar —prosiguió el Gran Sacerdote—. A lo largo de las últimas horas se han detectado ciertas… anomalías en vuestro Universo. —En ese momento, el Gran Sacerdote dirigió la vista hacia el Kaio Shin del Este—. Shin…

El Kaio Shin se envaró, poniéndose en pie con un movimiento rígido. Desde su posición, Beerus podía sentir el pulso agitado y la respiración entrecortada del dios.

—Excelencia —murmuró con la voz queda.

—Tu condición de dios creador consiste en equilibrar el balance de almas compensando la destrucción con creación —dijo el padre de los ángeles—. Hay multitud de planetas muertos en los que sembrar la semilla de la vida, pero en lugar de centrarte en tu labor, te has inmiscuido en asuntos que deberían serte ajenos. —La voz del Sacerdote seguía siendo tranquila, pero había perdido cualquier rastro de calidez—. Librar una guerra contra esa criatura, reclutando para ello a un grupo de mortales, es algo inadmisible. No eres el cabecilla de una banda de justicieros.

—Trataba de impedir la resurrección del monstruo Bu —dijo Shin con la cabeza baja, sin mirar directamente al sacerdote—. El Brujo Babidi, en connivencia con el Rey del Mundo de los Demonios, estaban intentando traerlo de nuevo a la vida, lo que habría supuesto la destrucción de toda vida.

—Y, sin embargo, fueron los mortales que reclutaste los que finalmente lo despertaron, ¿me equivoco? —El Kaio Shin no lo negó—. Por si esto fuese poco, uno de ellos estaba muerto. Un muerto no debe inmiscuirse en los asuntos de los vivos.

—Había escuchado historias sobre ese individuo y pensé que podría ser la solución —trató de defenderse el dios—. En ningún momento esperé que las cosas se descontrolasen tanto, pero entiendo mi falta y acataré gustoso el castigo que se me imponga.

Dicho esto, el dios clavó una rodilla en el suelo. El Gran Sacerdote se quedó inmóvil, contemplando con un gesto que Beerus no fue capaz de interpretar. Parecía serio, pero detrás de aquella severidad, parecía aletear una pequeña chispa de diversión.

—No se ha decretado ningún castigo para ti —dijo—. Confío en que, a partir de ahora, no vuelvas a intervenir de este modo en el destino de los mortales y dejes este tipo de situaciones a los Hakai Shin. Puedes sentarte.

El Kaio Shin levantó la cabeza, incrédulo. Giró la cabeza para mirar a Toba, quien se limitó a encogerse de hombros. Acto seguido, se puso en pie y volvió a ocupar su asiento.

—Toba —llamó en aquella ocasión el Gran Sacerdote.

El anciano se puso en pie con una soltura y decisión que contrastaban con la fragilidad de su aspecto. Beerus lo detestaba, pero tenía que reconocer que el viejo tenía arrestos y no se dejaba amilanar con facilidad.

—Excelencia —dijo con resolución.

—Puedo justificar las faltas de tu discípulo amparándome en la impulsividad de la juventud y en su inexperiencia, pero tu caso es diferente. Tú eres perfectamente consciente de los límites de todo Kaio Shin, pero no has tenido reparos en cederle tus pothala a ese mortal, a sabiendas de que eso está totalmente prohibido. La criatura resultante podría haber supuesto una amenaza para toda la creación de haberse descontrolado.

—Ese mortal es un buen hombre —dijo Toba—. Nunca habría utilizado los pothala de manera egoísta ni habría supuesto un problema.

—Eso no puede saberse —replicó el padre de los ángeles—. La casualidad ha querido que ese ser desapareciera en el interior del monstruo, pero de lo contrario habría tenido que intervenir yo personalmente. Por si esto fuera poco, has sacrificado tu vida y la de un Hakai Shin por ese mortal. La vida de los dioses es algo demasiado valioso para sacrificarla tan a la ligera, y menos por una cuita entre las criaturas de vuestro universo.

—Soy consciente. Gracias a ese mortal, tanto Beerus como yo pudimos liberarnos de nuestro cautiverio, así que consideré justo devolverle el favor para que salvara su planeta y el resto del universo. Mi momento y el de Beerus hace tiempo que pasó. Somos dos atavismos, y si con mi sacrificio pude salvaguardar el bienestar de los seres vivos, no me arrepiento.

—¡Espera, Toba! —gritó Beerus—. ¡No tienes derecho a hablar así por mí!

—Silencio —pidió el Gran Sacerdote, acallando al Hakai Shin al instante—. Toba, eso no te compete a ti decidirlo. Tenéis un compromiso sagrado con el Rey de Todo. Sois los encargados de mantener el equilibrio en el Universo y no podéis disponer de vuestras vidas a la ligera. Si consideras tu existencia un mero atavismo, te privaré gustoso de ella.

—Así sea —dijo Toba, cerrando los ojos.

—¡No es justo! —volvió a gritar el Hakai Shin, levantándose de un salto—. ¡Yo no he tenido nada que ver con esto! ¡¿Hasta cuando voy a tener que sufrir los actos de este idiota?!

El Gran Sacerdote frunció el ceño, observándole como si lo viera por primera vez. En ese momento, Beerus fue consciente de su error. La privación de existencia era un destino terrible, infinitamente peor que la muerte, pero había castigos aún peores en los que su alma podría pasar la eternidad sufriendo un tormento indescriptible.

—Yo… Yo no quería decir eso… —se apresuró a decir, hincando la rodilla en el suelo—. Acataré lo que su excelencia disponga.

El padre de los ángeles asintió, alzando una mano. En ese momento, Beerus pudo sentir la prana monstruosa del Sacerdote concentrándose en la palma de su mano y supo que todo había acabado. De haber podido, habría solicitado acabar él mismo con la vida de Toba como última dádiva, pero en el estado ruinoso en el que se encontraba, dudaba que pudiese hacerlo fácilmente.

«En fin, han sido dos días entretenidos —pensó, girándose hacia Gin, quien contemplaba la escena con gesto de horror—. No me mires así, chaval, endurécete…»

Beerus cerró los ojos, dispuesto a sumirse en la oscuridad eterna, pero en ese momento una vocecilla rasgó el aire, cargada con una autoridad impropia de su tono infantil.

—Perdónalos.

Al abrirlos, el Hakai Shin contempló estupefacto cómo el Rey de Todo miraba hacia abajo, directamente hacia ellos.

—Al-Alteza… —titubeó el Gran Sacerdote—. ¿Está seguro?

—La eternidad es muy aburrida —dijo con poco entusiasmo—. Con sus actos imprudentes, estos dioses han logrado entretenerme durante un rato.

—Pero las normas…

—Yo soy el Todo —replicó el monarca—. Las normas también son parte de mí, así que yo decido cuando aplicarlas y cuando no.

El Gran Sacerdote asintió, suspirando con resignación. Beerus, por su parte, sintió que las piernas le flaqueaban de puro alivio. ¿Al final iba a salir bien parado de aquel atolladero? La voluntad caprichosa y voluble del Rey de Todo era bien conocida por todas las deidades, pero nunca había sospechado que aquello llegase a salvarle la vida.

—No habrá represalias para ningún dios por las faltas cometidas en todo este asunto —prosiguió el Rey de Todo, sin mirar a ningún punto en concreto—. Pero debemos aprender una lección de todo esto… Los mortales no son las criaturas débiles y desvalidas que acuden a nosotros implorando la salvación. Si no se les vigila, algunos individuos pueden volverse tan poderosos que podrían llegar a amenazar nuestro dominio. Debemos recordarles cuál es su lugar…

Todo el mundo se quedó en silencio, sin saber muy bien qué hacer o decir.

—Alteza. —La voz de Whis rompió el silencio reinante—. ¿Qué está proponiendo exactamente?

—Esos individuos… Los que acabaron con el monstruo… Viven en un planeta del sistema Y476-9, ¿me equivoco?

—Así es. —El báculo de Whis titiló, revelando una imagen de un planeta azul parcialmente oculto por nubes—. Sus habitantes lo llaman “Tierra”.

«Deben ser imbéciles para llamar así a un planeta cubierto de agua», pensó Beerus.

—Decreto la destrucción de ese planeta —sentenció el Rey de Todo—. Los Hakai Shin se encargarán de enseñarle a sus habitantes que nunca deben alzarse por encima del poder de los dioses.

Los Kaio Shin abrieron los ojos de par en par, aunque ninguno dijo nada.

—Así se hará —se apresuró a responder Beerus—. Pero, Alteza… Gin, mi pupilo actual, no tiene el poder necesario para enfrentarse a esos mortales y yo voy a tardar un tiempo en recuperar mi antigua fuerza.

El Rey de Todo bajó la mirada, taladrando a Beerus con unos ojos fríos como la muerte.

—Se te conceden tres años para destruir ese planeta —dijo—. De lo contrario, yo mismo te destruiré a ti.

Beerus tragó saliva.

—Tiempo de sobra —replicó, forzando una reverencia.

—Entonces, que sean dieciocho meses —añadió el Rey de Todo.

—¡No! ¡Espere! Era una forma de hablar…

—Dieciocho meses.

—Así se hará, Alteza —suspiró Beerus, sin ver el momento de desaparecer de aquella maldita audiencia.

En ese momento, Toba carraspeó.

«Ni se te ocurra abrir la boca —pensó Beerus, dirigiendo al Kaio Shin una súplica muda—. Nos hemos librado de milagro…»

—Alteza —lo llamó el anciano, volviendo a levantarse y poniendo las manos detrás de las caderas—. Quisiera hacer una petición.

Sus palabras parecieron escandalizar al Gran Sacerdote.

—¿No te parece que el Rey de Todo ya ha sido lo suficientemente magnánimo, Toba? No tientes más a la suerte.

El Rey de Todo soltó una risita aguda, pero lo que en cualquier otro ser podría haber sido un gesto de diversión, para los dioses allí congregados fue como si mil cuchillos ardiendo se clavaran en sus tímpanos.

—Déjalo, la insolencia de este Kaio Shin me divierte —comentó—. ¿De qué se trata?

—Esos mortales nunca han levantado la mano contra las dioses —explicó—. Siempre han procurado salvaguardar su mundo de las amenazas que han acontecido y han prestado servicio a su Kami cuando lo ha necesitado. Los conozco y no les mueve la ambición por la conquista ni la destrucción de sus semejantes.

—¿No fue uno de esos mortales quien acabó con la vida del Kaio del Norte? —intervino mordaz el Gran Sacerdote.

—Aquello fue una circunstancia indeseada —se defendió Toba, lejos de arrugarse—. El propio Kaio del Norte intercedió por él para que conservase su cuerpo, pues a ambos les une una gran amistad. No pretendo evitar la destrucción de su mundo si es lo que el Rey de Todo decreta, pero creo que es justo darles la oportunidad de defenderse. Beerus podrá luchar contra ellos y destruirlos en caso de que los derrote, pero si ganan ellos, no habrá represalias contra esos mortales ni tampoco contra ningún dios.

—¿Qué? —Beerus no daba crédito—. ¿Qué tonterías dices? Esa gente no tiene ninguna posibilidad, Toba.

—Confías mucho en esas criaturas —dijo el Rey de Todo—. ¿Crees que podrían plantar cara a este Hakai Shin?

Toba frunció los labios en una sonrisa.

—Desde que los he conocido, esos saiyanos no han dejado de sorprenderme. Tal y como están ahora no podrían con él, pero su fuerza no parece tener un límite claro. La verdad, es posible que en año y medio puedan deleitarle con un combate memorable.

«Le ha llevado a su terreno…»

—Acepto —intervino el Rey de todo, para consternación de su visir—. Pero tanto tu pupilo como tú os mantendréis al margen. Si esos mortales vuelven a obtener un juego de pothala, todos los aquí presentes dejaréis de existir y ese planeta será totalmente arrasado.

—Es justo —concedió Toba—. Gracias por su generosidad, Alteza.

—Una última cosa —añadió el monarca—. No recuerdo haber autorizado la creación de unas bolas de dragón en ese planeta, por lo que si por un milagro esos mortales derrotasen al Hakai Shin, les serán inmediatamente requisadas. Esas criaturas las han estado usando de forma indiscriminada y no voy a tolerar que alteren el curso natural de las cosas durante más tiempo.

Después de cerrar el trato, la vista se dio finalmente por concluida y las cuatro deidades pudieron abandonar la sala de audiencias en compañía del ángel.

—Pues no ha ido tan mal, ¿no? —preguntó el ángel con tono ufano, contrastando con el aire tenso que reinaba entre las demás divinidades.

—No sé si eres el tipo más valiente que he conocido o si has perdido el juicio dentro de esa espada, pero no vuelvas a ponerme en una situación semejante —murmuró Beerus a su contraparte—. Ha estado a punto de borrarnos de la existencia...

Toba soltó una risita.

—Te has asustado, ¿eh?

—Cállate —gruñó el Hakai Shin—. No sé qué estás tramando, pero no te va a servir de nada. Sin los pothala, ninguno de ellos es rival para mí. Puede que tu chico-prana sea poderoso, pero será destruido junto a los demás.

—¿Gohan? —preguntó Toba—. A él no le gusta luchar…

«¿Y eso qué tiene que ver? —se preguntó Beerus. No tenía nada en contra de aquella gente, e incluso le despertaban cierta curiosidad. Pero el Rey de Todo había decretado su destrucción y Toba se había atrevido a cuestionar su propia fuerza, por lo que iba a disfrutar demostrándole que no había en el universo nadie capaz de rivalizar con él—. Luchará y morirá, te lo garantizo...»
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Re: Battle of Gods reinvención - Fanfic

Mensaje por LordMusasho » Lun Oct 04, 2021 8:44 am

Me gustan mucho las interacciones entre los personajes, pero vaya, eso es habitual en lo que escribes, suele ser lo que más me atrae en general de lo tuyo.

Los personajes todos tienen un giro que les cambia algo, pero siguen siendo reconocibles. Destaco al anciano Kaiyoshin, que aquí me parece que emana un poco más de respeto que en la serie, donde al final los kaioshin se utilizan casi como alivio cómico en líneas generales. Ese tono descarado ante el Rey de todo y demás, me gusta, le da un toque diferente a lo que estamos acostumbrados.

Y sobretodo, me gusta que parezca que Gohan vaya a tener un papel más importante que ser derrotado de un golpe junto a Bu Gordo xD
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Re: Battle of Gods reinvención - Fanfic

Mensaje por Mutaito » Lun Oct 04, 2021 4:08 pm

Yo al Kaio Shin sí le veo que infunde bastante respeto cuando quiere Toriyama, siendo un tipo que deja a Shin a la altura del barro en cuanto a conocimiento y que no tiene problemas en tildar de imbécil a todo el mundo. No se asusta ante la idea de morir, le cede sin problemas su vida a Goku... Dos cojonazos tiene. Otra cosa sí, son las chorradas de Toriyama que las usa en ese momento con todo el mundo.
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Re: Battle of Gods reinvención - Fanfic

Mensaje por Gast » Mar Oct 05, 2021 1:27 am

A mí me mola lo que has hecho con el melón, realmente da la sensación de que es un personaje que está jodidamente encima de todo y mantiene la esencia infantil que han tratado de darle en la serie.

También me ha parecido interesante esa dimensión en la que se encuentra su palacete.

Igualmente, coincido con Musa, las interacciones son una delicia.
~ Mono Asesino :pepecool:

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Re: Battle of Gods reinvención - Fanfic

Mensaje por Mutaito » Vie Oct 08, 2021 11:22 pm

CAPÍTULO 3


Gohan aguardaba pacientemente en el recibidor, admirando las dimensiones y la fastuosidad de la imponente mansión. Aquella habitación era más grande que toda la vivienda familiar de los Son, y aunque se había acostumbrado al tamaño de la Capsule Corporation, la familia de Bulma no tenía aquella obsesión por el lujo y la ostentación.

«¿Para qué querrá esto?», pensó al observar la fuente que presidía la estancia. En su base, una representación de oro macizo de Míster Satán hacía el signo de la victoria a los visitantes.

Cambió el peso de un pie a otro y se atusó el cabello con la mano izquierda, sosteniendo nervioso el ramo de rosas con la derecha. Llevaba dos meses saliendo con Videl, pero aún no se había presentado a su padre. Al parecer, el Héroe Mundial se había empeñado en conocerle formalmente, por lo que Videl le había citado directamente en su casa en Satán City. Cualquiera se habría sentido intimidado ante la idea de salir con la hija del autoproclamado hombre más fuerte del mundo, pero él, junto a su familia y amigos, eran los únicos que sabían que el Héroe de la Tierra era una farsa. No obstante, pese a que el tipo no tenía nada especial, la perspectiva de conocer al Míster Satán en aquellas circunstancias le resultaba de lo más incómoda.

De pronto, el sonido de un correteo lo sacó de su ensimismamiento. Un cachorro apareció de manera súbita con una pelota entre los dientes. Al percatarse de la presencia de Gohan, el perro comenzó a mover la cola y acudió a recibirle, dejando la pelota a sus pies.

—Hola —lo saludó, al tiempo que se inclinaba para rascarle la cabeza. El animal olisqueó las flores y se sentó, a la espera de que Gohan le lanzase el juguete.

—¡Bee! —gritó alguien desde el fondo del pasillo. La silueta oronda y enorme del monstruo Bu se hizo visible al fondo del pasillo. Al ver a Gohan con el perro, la criatura les dedicó una sonrisa bobalicona—. ¡Estabas ahí!

Gohan le devolvió la sonrisa. Aquel monstruo Bu era diferente a aquel contra el que habían luchado. No sólo era más débil, sino no tenía rastro alguno de energía negativa. La criatura se había quedado a vivir con Míster Satán y Videl, habida cuenta de la extraña amistad que había entablado con el primero.

—¿Cómo estás, Bu? —preguntó Gohan de manera cordial.

El monstruo ignoró por completo el saludo y se agachó a sus pies para agarrar el perro, presionándolo contra su cuerpo de manera afectiva y estallando en carcajadas cuando este le lamió la cara.

—Bu —volvió a llamarle Gohan, carraspeando para llamar su atención.

El monstruo levantó la cabeza, como si acabara de percatarse de su presencia.

—Tú eres el hijo de Goku —dijo, sosteniendo al perro entre las manazas—. Te machaqué una vez…

—Lo recuerdo —dijo Gohan, forzando una sonrisa—. Oye, ¿sabes dónde están Míster Satán y Videl?

—Videl está en su habitación —comentó pensativo—. Satán está en su despacho haciéndote esperar a propósito. Me ha dicho que si te veía y preguntabas por él me inventara una excusa, así que está en el retrete.

Gohan suspiró.

«Empezamos bien…»

—Gracias por avisarme.

El monstruo se rascó la nuca, orgulloso por haber transmitido el mensaje de forma correcta. Acto seguido, echó a correr con el perro a cuestas, perdiéndose por el mismo pasillo por el que habían aparecido.

Después de otros veinte minutos de espera, un mayordomo de porte adusto y estirado apareció por el mismo corredor.

—Joven, el señor Satán lo recibirá ahora —anunció de manera solemne—. Acompáñeme.

Gohan siguió de manera diligente al hombre, recorriendo el interior de la mansión. La construcción estaba repleta de obras de arte y muebles de lujo. Fijó su atención en un cuadro el doble de alto que una persona. La pintura mostraba lo que parecía una escena de batalla entre Satán y Cell. No pudo evitar sonreír al verse a sí mismo, retratado en una esquina discreta del cuadro junto a su padre, Piccolo y los demás. Todos dirigían su mirada hacia el Héroe con expresiones embelesadas.

Finalmente, se detuvieron ante un imponente portón de madera lacada. El mayordomo abrió la puerta y se hizo a un lado, invitándole a pasar con un ademán de cabeza. El despacho recargado con mobiliario de corte victoriano y repleto de trofeos y premios de lucha. Una imponente mesa de madera ovalada presidía la estancia, en torno a la cual, Mister Satán aguardaba con gesto severo y un puro en la boca.

«Ha perdido pelo», fue lo primero que pensó Gohan al verlo, fijándose en las incipientes entradas. Probablemente, aquello se debiera al estrés de tener que mantener bajo control al monstruo Bu.

—Encantado de saludarle —comentó de forma educada—. He venido a…

—A recoger a Videl —terminó el hombre por él—. Con todo lo que pasó, no tuvimos ocasión de hablar apropiadamente hace unas semanas —añadió, señalando una silla alta en torno a la mesa del despacho—. Por favor, siéntate.

Gohan tomó asiento y quedó frente al hombre, intrigado e incómodo a partes iguales. Estaba acostumbrado a las apariciones públicas del Héroe Mundial, donde solía lanzar proclamas y peroratas a las cámaras a vivo pulmón, por lo que le sorprendió aquel arranque de solemnidad.
En ese momento, Satán sacó una cajita de madera de un cajón y la abrió, ofreciéndole uno de los puros que había en su interior.

—No, gracias.

—Mucho mejor —Satán asintió con aprobación, dando una profunda calada—. Normalmente no dejo que ningún chico se acerque a Videl. Aún es muy joven para perder el tiempo con cualquiera de esos mequetrefes del instituto, pero me ha dicho que eres buen chico, buen luchador y, además, hijo de Son Goku…

Gohan se mantuvo en silencio mientras el tipo cavilaba en voz alta sobre sus pros y contras como pretendiente de Videl. Casi podía escuchar la batalla que se estaba librando en el interior del cerebro de aquel hombre. Estaba claro que no le hacía ninguna gracia que Videl saliera con él, pero Satán era perfectamente consciente de su fuerza, así como del hecho de que él, al igual que su padre y el resto de sus amigos, era conocedor de la mentira que el Héroe de la Tierra había mantenido a lo largo de los últimos siete años.

—Sin rodeos, ¿qué intenciones tienes con mi hija? —preguntó entonces Satán—. Espero que no te hayas acercado a ella por mi dinero.

«¿Cómo se le ocurre?»

—Para nada —se defendió Gohan—. Simplemente nos estamos conociendo, señor.

Satán frunció el ceño y giró la boca hacia un lado. El enorme mostacho se torció en un ángulo extraño mientras el tipo le taladraba con sus ojos azules.

—¿Podemos hablar de hombre a hombre? —preguntó, bajando la voz.

—Claro.

—Creo que sabes que yo… que yo no… En realidad, yo no derroté a Cell, ni tampoco al monstruo Bu —confesó en apenas un susurro. Una parte de él se sintió tentado a decirle que él era el niño que había derrotado a Cell hacía ya tanto tiempo, pero prefirió dejarle hablar—. Pero mi estatus… Mi posición depende de que el resto del mundo siga creyendo que así fue como sucedió —prosiguió, arrastrando las palabras como si le costase un mundo pronunciarlas—. Tu padre prometió que no me delataría y me gustaría saber si puedo contar contigo para que guardes… mi secreto.

—No habrá problema con eso —respondió Gohan en tono inocente—. Mi padre dice que sin su ayuda no habría podido derrotar a Bu, así que, en cierto modo, todos estamos en deuda con usted. No tengo ninguna intención de contárselo a nadie; puede estar tranquilo.

En ese momento, el rictus hasta el momento tenso de Satán se relajó de golpe. El hombre profirió un profundo suspiro de alivio.

—¡Entonces eres bienvenido a esta casa, hijo! —exclamó con su efusividad habitual, alargando una mano que Gohan le estrechó de manera cordial—. ¡Diles a tus padres que también son bienvenidos! Videl me ha comentado que vivís en el campo, ¿no es así? Podrían venir de visita a Satán City y estaría encantado de enseñarles la ciudad. Cenaremos en los mejores restaurantes… ¿A tu padre le gusta el béisbol?

—Creo que no, señor.

En ese momento, la conversación derivó hacia una serie de anécdotas sobre la juventud del Héroe, enlazadas con historias sobre su vida reciente de manera inconexa. Gohan aguantó de manera estoica, preguntándose cuánto duraría aquello.

—¿Crees que podrías acudir a una rueda de prensa vestido con el uniforme de mi escuela? —propuso entonces Satán—. Podemos presentarte como mi alumno estrella. ¡Te harás muy famoso!

—Le agradezco la oportunidad, pero me he retirado de la lucha —dijo Gohan de forma cortés—. Prefiero centrarme en los estudios.

El Héroe Mundial chasqueó la lengua.

—Con tu talento, es una verdadera lástima…

Gohan no pudo evitar sonreír.

—Mi padre también lo piensa.

—Un tipo listo, sin duda.

—Me ha encantado conocerle, señor —atajó Gohan—. Pero Videl ya debe estar lista y no quisiera hacerle esperar.

—¡Claro, claro! ¡Salid a divertiros, tortolitos!

Sonrojado, Gohan se levantó de la silla y se inclinó de manera respetuosa. Ya se disponía a abandonar el despacho cuando el hombre lo llamó de nuevo.

—Chaval —dijo—. Eso que hacéis del pelo dorado… ¿Crees que podría hacerlo yo también?

—La verdad, no lo creo…

—Vaya… —respondió Satán con resignación—. ¿Y aprender a volar? Videl aprendió contigo, ¿no es cierto? ¿Podrías enseñarme a mí también? La opinión pública se volvería loca si me viera surcando el aire… ¿Te lo imaginas? ¡Míster Satán, el Héroe de los Cielos!! ¡Ganaría una fortuna en patrocinadores!

Gohan suspiró.

—Podríamos intentarlo algún día —concedió, convencido de que la Lucha Aérea estaba más allá de las capacidades de aquel tipo—. Hasta la pro…

En ese momento, la puerta se abrió de manera súbita y Videl entró en el despacho atropelladamente.

—¿Estabais aquí? Bu me ha dicho que habías llegado hace un rato —dijo, dirigiendo a su padre una mirada reprobatoria—. ¿Por qué no he sido informada, papá?

—Querida, Gohan y yo teníamos que hablar de hombre a hombre —dijo, poniéndose en pie, al tiempo que le guiñaba un ojo a Gohan de manera cómplice.

Videl alzó una ceja.

—No le habrás dado uno de tus sermones, que nos conocemos…

—Solo estábamos charlando —intervino Gohan de forma conciliadora, admirando a la muchacha. Se había vestido con un pantalón vaquero ajustado y una camiseta blanca con un demonio de cara simpática bordado a la altura del pecho. Era una vestimenta sencilla, y más para tratarse de alguien con una posición social tan elevada, pero Videl no compartía el gusto por el lujo que parecía tener su padre y, en opinión de Gohan, estaba mucho mejor así—. Ten, esto es para ti —añadió, ofreciéndole las flores.

Videl se sonrojó de inmediato, aceptando el ramo con una sonrisa tímida.

Después de despedirse de Satán y Bu, la pareja abandonó la mansión dispuesta a pasar una velada juntos.

—¿Qué tal ha ido? —preguntó ella, tan pronto cruzaron la verja que circundaba el jardín de la vivienda—. Espero que mi padre no haya sido muy… mi padre.

Gohan sonrió.

—No te preocupes —dijo con tono cálido—. Sólo quería…

Gohan guardó silencio y frunció el ceño al detectar una fuente de energía desconocida a poca distancia. La vibración se hizo evidente durante una fracción de segundo y desapareció de pronto, sin dejar rastro alguno.

«No era humano…», pensó mientras buscaba en vano la fuente emisora.

—¿Qué pasa? —preguntó Videl, alarmándose—. ¿Algo va mal?

—Me ha parecido… Nada, olvídalo —decidió decir, haciendo por relajar su expresión—. He reservado mesa en el Celery Palace —añadió, ofreciéndole la mano—. Tenemos reserva en veinticinco minutos, así que podemos dar un paseo.

Videl le tomó gustosa del brazo y la pareja caminó con calma a través de las amplias avenidas de la zona comercial de Satán City, que a aquella comenzaban a encender las luces de los escaparates. Ambos caminaban despacio, deteniéndose de vez en cuando para observar las tiendas mientras charlaban.

—El año que viene será el último de instituto —comentaba Videl—. ¿Has decidido ya qué vas a hacer después?

A lo largo de los últimos dos meses se habían visto prácticamente a diario, pero era la primera vez que Videl le preguntaba sobre el futuro en lugar de escuchar con deleite anécdotas de su infancia y las aventuras que había vivido con su padre y amigos.

—Me gustaría dedicarme a la investigación —confesó él—. Quiero pedir una beca en la Old Dominion de West City…

—¿La O.D.W.? Es la mejor universidad médica del mundo… Creo que solo aceptan unas pocas plazas cada año… ¿Crees que tienes alguna posibilidad?

Gohan se encogió de hombros.

—Tendré que esforzarme al máximo, ¿no?

—Mi padre tiene muchos contactos. Si se lo pides, tal vez pueda mover algunos hilos…

Gohan sonrió.

—Gracias, pero prefiero lograrlo por mí mismo —dijo—. Desde pequeño siempre he querido ayudar a construir un mundo mejor.

Videl se quedó en silencio, aunque al final no pudo reprimir una sonrisa.

—¿Qué sucede? —preguntó Gohan, sin entender aquella reacción.

—Eso es lo que más me gusta de ti —le dijo—. Eres el hombre más fuerte del mundo, pero en lugar de aprovecharte de eso para ganar fama y fortuna, sigues pensando en cómo ayudar a la gente…

Gohan sintió que se sonrojaba, aunque antes de tener ocasión de hablar volvió a notar aquella energía vibrando durante un instante.

«Está muy cerca —se dijo, barriendo la zona con la mirada—. ¿Un Kaio Shin? —Apenas había sido un momento, pero le había bastado para reconocer aquella energía tan característica, parecida a las de Shin y el anciano—. No… Son tres…»

En ese momento atisbó una silueta en lo alto de uno de los edificios.

—Ahí están —murmuró en voz alta.

—¿Quién? —preguntó Videl, desconcertada—. Gohan, me estás asustando, ¿qué pasa?

—Tenemos compañía —dijo él, con la vista fija en la azotea—. No son terrícolas.

Aquello alarmó a la muchacha.

—Vete a casa —dijo Gohan, girándose para mirarla—. No sé qué hacen aquí, pero puede ser peligroso.

—¿Qué? No pienso dejarte solo —replicó ella, flexionando el bíceps—. Si vienen buscando problemas, les daremos su merecido.

Gohan suspiró.

—Esto no es un juego —respondió, poniéndose serio—. Videl, vete a casa y no os separéis de Bu.

Ella frunció el ceño en una mueca testaruda, pero acabó claudicando y asintiendo con gesto resignado

—Está bien, pero vuelve en cuanto acabes —dijo de mala gana, antes de girar sobre sus talones—. Gohan, buena suerte.

Dicho esto, la muchacha echó a correr en dirección contraria. Tan pronto se vio solo, Gohan volvió a dirigir hacia arriba. En efecto, había tres individuos asomados a la cornisa del edificio, y aunque desde aquella distancia no podía decirlo a ciencia cierta, parecía que estaban mirando hacia allí.

«¿Me están buscando a mí?»

Gohan salió de la avenida principal y se internó en un callejón adyacente. Tras asegurarse de que nadie se le estaba mirando, se elevó en el aire a toda velocidad y ascendió por encima de las nubes, para volver a descender y posarse sobre la susodicha cornisa.

Al verlo llegar, los tres individuos se cuadraron, dispuestos a recibirle. Dos de ellos vestían ropas similares a las de los Kaio Shin, aunque por su aspecto estaba claro que no lo eran. Los dos tenían rasgos felinos, pero por lo demás no podían ser más opuestos. Uno de ellos tenía el pelaje de un tono amarillento tostado y un rostro redondo y afable; el otro, por el contrario, parecía enjuto y malhumorado, con un pelaje prupúreo y apagado.

—Hola —saludó el tercero, un individuo más alto y de aspecto humanoide que sostenía un bastón muy ornamentado en la mano derecha. En opinión de Gohan, él sí podría haber pasado por un Kaio Shin—. Te estábamos esperando.

—¿Quiénes sois? —preguntó, aterrizando a pocos metros de ellos—. ¿Qué relación tenéis con los Kaio Shin?

El gato púrpura alzó una ceja.

—Es bastante avispado —le dijo al del bastón—. Whis, ¿cómo se llamaba este mortal? Toba lo comentó de pasada, pero no lo recuerdo…

«¿Toba?»

—Gohan —respondió el del bastón—. Dijo que se llamaba Gohan.

—Gohan… ¿Es tu nombre, chico?

—¿De qué me conocéis? —preguntó Gohan, quien cada vez entendía menos.

—Habéis organizado una buena —respondió el gato—. El Rey de Todo está muy disgustado con vosotros…

—¿El Rey de Todo? —inquirió Gohan, a punto de perder la paciencia—. ¿Podéis decir algo que tenga sentido?

El otro gato, el de pelaje dorado, suspiró.

—A este paso no acabaremos nunca —dijo, dando un paso al frente—. Yo soy Gin, y él es Beerus —prosiguió, señalando al del pelo morado—. Somos Hakai Shin, los dioses de la destrucción. Nuestra labor consiste en mantener el balance de almas del universo, compensando la creación de los Kaio Shin con destrucción.

Gohan nunca había escuchado nada sobre los Hakai Shin, pero no le gustó nada cómo sonaba aquello.

—¿Habéis venido a intentar destruirnos?

El gato morado, el tal Beerus, soltó una risotada.

—A intentar, dice —comentó divertido—. Me caes bien, chico. En realidad, tu planetita nunca habría despertado nuestro interés, pero vuestra implicación con los Kaio Shin en el asunto del monstruo Bu ha terminado por llamar la atención del Rey de Todo. Considera que tú y los tuyos os habéis hecho demasiado poderosos y, en previsión de que os descontroléis y acabéis ocasionando algún problema en el universo, ha decretado la destrucción de este mundo.

—¿Quién es ese Rey de Todo? —preguntó Gohan—. Los Kaio Shin nunca lo nombraron…

—Es el ser supremo, el dios más importante de todos —prosiguió Beerus—. Él da soporte a la existencia y lidera a todos los panteones divinos en todos los universos de la creación.

—Ni mis amigos y yo tenemos intención de ocasionar ningún problema —dijo Gohan—. Podéis marcharos y decirle a ese Rey de Todo que no es necesario destruir nada.

Beerus volvió a reír.

—Este crío es genial —dijo—. Aunque lo hiciéramos, la voluntad del Rey de todo es absoluta y nadie puede torcerla. Ha decretado la erradicación de este planeta y nada podrá cambiar su veredicto.

—¿Y qué pasa con toda la gente que vive en este mundo? Ellos no tienen nada que ver con lo que hayamos hecho nosotros.

—Morirán, de todas formas —comentó Beerus, como quien no quiere la cosa.

Sus palabras hicieron que Gohan se envarase.

—¿Y lo dices así? —preguntó alzando el tono—. Por muy dioses que seáis, no tenéis derecho a jugar así con las vidas de millones de personas.

—¿Ves? Ese es vuestro problema —razonó Beerus—. Consideras que las acciones de los dioses deben estar regidas por el mismo patrón que las de los mortales. No somos iguales, chico. Para nosotros, la vida de este planeta no es más que una fracción infinitesimal de la creación, algo insignificante comparado con todos los seres vivos que nacen y mueren cada día en el Universo.

En ese momento, Gohan soltó un prolongado suspiro.

—Veo que nada de lo que diga os hará cambiar de idea.

—Me temo que no —Beerus se encogió de hombros—. Habéis tenido la desgracia de haceros demasiado fuertes y ahora tenéis que pagar el precio.

Gohan dio un paso al frente, esbozando una sonrisa de suficiencia.

—Pero hay un problema en todo esto…

Aquello acicateó la curiosidad del Hakai Shin.

—¿Qué problema?

—Parece que dais por sentado que os voy a dejar destruir la Tierra. —Entonces Gohan liberó toda su energía. La estructura del edificio tembló ligeramente, al tiempo que el banco de nubes que se alzaba centenares de metros sobre ellos se disipó—. No quiero luchar contra vosotros, así que os lo diré por última vez: Marchaos de este planeta.

El Hakai Shin llamado Gin retrocedió un paso. Beerus, por el contrario, no pareció asustarse lo más mínimo.

—Tienes una prana sorprendente —reconoció—. Toba te ha hecho muy fuerte…

«¿Se refiere al anciano? —se preguntó Gohan, al tiempo que analizaba a sus tres contrincantes. Los tres estaban camuflando su rastro energético, así que no podía hacerse a la idea de hasta qué punto estaba en problemas—. Él es claramente más débil que yo —se dijo, a tenor de la reacción que había tenido Gin al sentir su energía—. Pero los otros dos… —A simple vista, el tal Beerus parecía ser el líder, pero el del bastón tenía algo que no le gustaba—. No parece un ser vivo… Como sea, tengo que acabar con uno de los dos lo antes posible para centrarme en el otro…»

Sin más dilación, Gohan se lanzó directo a por Beerus, dispuesto a finalizar aquello de un solo golpe. Recorrió la distancia que los separaba en una fracción de segundo y cambió de ángulo en el último momento, fintando para lanzar una patada cargada con toda su fuerza directamente al cuello.

Todo ocurrió más rápido de lo que el cerebro de Gohan fue capaz de procesar. Antes de tener tiempo de reaccionar, el tipo del bastón se había interpuesto en la trayectoria de su ataque y lo había detenido con un dedo.

—Me temo que no puedo permitirlo —dijo en tono cordial.

Gohan retrocedió de manera atropellada, dando una voltereta en el aire para alejarse del rango de acción de aquel individuo.

«Ni siquiera le he visto moverse…»

—¿Quién eres tú? —preguntó sin salir de su asombro—. ¿También eres un Hakai Shin?

—¿Yo? —Aquella pregunta pareció hacerle mucha gracia—. Por favor… ¡No! Yo solo soy la niñera.

En ese momento, dos siluetas aparecieron de manera súbita en la azotea del edificio, interponiéndose entre Gohan y los dioses.

—¡Padre! —exclamó Gohan a reconocer la espalda de Son Goku. Goten también había acudido, cogido del brazo del progenitor de ambos.

Entonces Goten corrió hacia él.

—¿Estás bien, Gohan? Hemos sentido tu energía desde casa.

Goku se giró hacia él.

—¿Quiénes son estos tipos? —preguntó, encarando de nuevo a los dioses.

—¡Vaya! —exclamó Beerus—. Tú eres el que recibió mi vida…

Goku lo miró extrañado.

—Son dioses encargados de destruir planetas y obedecen al mismo dios que los Kaio Shin —le explicó Gohan—. Han venido a matarnos.

—¿Por qué? —quiso saber Goku—. Ni siquiera os conozco…

—¿Y por qué no? —dijo Beerus, mostrando los colmillos en una sonrisa lupina—. ¿Te creías muy poderoso con los pothala, saiyano? Ya no tendrás ese recurso.

—Parece que el dios al que sirven considera que nuestra fuerza puede ser un problema para el universo —prosiguió Gohan—. Ese de ahí es monstruosamente fuerte.

Goku asintió, cruzando una mirada fugaz con Goten. Gohan notó cómo los dos saiyanos aumentaban su energía. Goten se transformó en supersaiyano, mientras que su padre superó el límite, recurriendo al supersaiyano de nivel tres.

—Entonces habrá que derrotarle —dijo—. Gohan, tú ve por la derecha. Goten y yo trataremos de hacer de señuelo por la izquierda y tú le asestarás el golpe de gracia —les indicó—. Ten cuidado, hijo —le susurró al pequeño, quien asintió con diligencia.

—Venid por donde queráis —dijo Beerus—. El resultado será el mismo.

Pero antes de que tuvieran tiempo de atacar, el Hakai Shin llamado Gin intervino dando un paso al frente.

—Esperad —dijo, alzando los brazos—. No hay necesidad de luchar hoy.

Los tres saiyanos cruzaron miradas confusas entre sí.

—En realidad, hay una forma de que vuestro mundo no sea destruido —prosiguió el Hakai Shin—. Los Kaio Shin han convencido al Rey de Todo para concederos una amnistía, siempre que logréis… —titubeó, mirando a Beerus—. Derrotarle a él.

—¿Tienes que arruinar toda la diversión? —bufó Beerus—. ¿Tú de parte de quién estás?

—Pero él ahora no puede luchar —prosiguió Gin, sin escuchar a su compañero—. Dentro de un año y medio regresaremos y tendréis la oportunidad de salvar vuestro mundo. El Gran Kaio Shin está convencido de que en este tiempo seréis capaces de hacerle frente.

«Eso no tiene sentido —pensó Gohan—. ¿Nos quiere destruir por nuestro poder y espera que nos hagamos aún más fuertes?»

—¿A qué habéis venido entonces? —inquirió Goku, volviendo a su estado normal.

—Por alguna razón, el Rey de Todo ha querido creer las estupideces de Toba —replicó Beerus—. Espera que podamos proporcionarle algo de entretenimiento con nuestra lucha, pero si no os damos la oportunidad de prepararos no sería divertido. Queríamos advertiros de lo que vendrá dentro de dieciséis meses.
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Re: Battle of Gods reinvención - Fanfic

Mensaje por LordMusasho » Jue Nov 04, 2021 6:10 pm

Pero mamona, sigue esto, que aunque no hayamos comentado más de uno estamos pendientes :evil:
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Re: Battle of Gods reinvención - Fanfic

Mensaje por Mutaito » Vie Nov 12, 2021 9:36 am

Esto es como las series, si no hay audiencias (comentarios) la productora las cancela :(

Pero va, en unos días lo subo.
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Vekugen
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Re: Battle of Gods reinvención - Fanfic

Mensaje por Vekugen » Vie Nov 12, 2021 10:47 pm

Mutaito escribió:
Vie Nov 12, 2021 9:36 am
Esto es como las series, si no hay audiencias (comentarios) la productora las cancela :(

Pero va, en unos días lo subo.
baia x diox! yo que la leía en secreto :(
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Re: Battle of Gods reinvención - Fanfic

Mensaje por LordMusasho » Lun Nov 15, 2021 9:45 am

La culpa es de Veku, claramente.
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